Por Julio Burdman
En perspectiva regional, el saldo preliminar que deja la reciente mini-crisis entre Colombia y Venezuela fue una legitimación de la Unión Suramericana de Naciones (UNASUR) como marco de cooperación y resolución de conflictos de seguridad. La Organización de Estados Americanos (OEA), aunque más institucionalizada, quedó al desnudo: los tratados interamericanos para la defensa no son aceptados por los países miembros.
La UNASUR es una iniciativa de reciente creación que tiene, como punto de partida, una definición geográfica propia de los doce países que la integran. “Suramericana” quiere decir que no es “interamericana” -ya que excluye a Estados Unidos y Canadá-, ni “latinoamericana” -dejando así afuera también a México, Centroamérica y el Caribe- ni tampoco “iberoamericana” -España y Portugal no han sido invitados-. El subcontinente es el recorte espacial que, por diferentes razones, hoy defienden como ámbito estratégico primario los gobiernos de Brasil, Argentina y otros países.
En la reciente crisis colombo-venezolana, la competencia entre OEA y UNASUR fue un aspecto medular.El conflicto explotó a partir de la presentación ante el organismo interamericano del representante colombiano, Luís Hoyos. Este no solo denunció la existencia de asentamientos de guerrilleros colombianos en territorio venezolano -que probablemente sea cierta, tratándose además de una frontera porosa- sino que además reclamó al Estado venezolano que lo impida, toda vez que estaría obligado a hacerlo por los tratados vigentes. Aludió, de esta forma, a un sistema interamericano de defensa, nostálgico del alicaído Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). Hugo Chávez rechazó de plano la denuncia colombiana, rompió relaciones diplomáticas en forma inmediata y pidió “una respuesta sudamericana a la agresión”.
¿Cuál agresión? Colombia no lo acusó por la existencia de las FARC -ni tiene autoridad para hacerlo, porque es su conflicto interno el que desborda las fronteras. Pero lo conminó a actuar en un marco que involucra a Washington, lo que para Chávez y su antiimperialismo, esto equivale a intervención. El choque expresó dos visiones antagónicas e irreconciliables: la “Política de Seguridad Democrática” de Uribe, y la “Solidaridad Bolivariana” de Chávez. Mientras tanto, lo que realmente se puso en juego fue el modelo de regionalismo.
Y ENTONCES APARECIO UNASUR
En este contexto, UNASUR apareció con la función de apagar un fuego que se había iniciado en una reunión extraordinaria de OEA en Washington. La mediación de Kirchner fue una acción de diplomacia presidencial. Contó con la participación activa de los presidentes de Brasil y Argentina –recordemos que Cristina Fernández acompañó al secretario general de UNASUR, su esposo Néstor Kirchner, en las reuniones en Buenos Aires con el presidente colombiano Juan Manuel Santos y el cancillero venezolano Nicolás Maduro. Este tipo de diplomacia tiene la virtud de movilizar decisiones en cuestión de horas. Algo que a la OEA, con sus 34 miembros y mecanismos colegiados, suele demandarle semanas y no pocas frustraciones.
La diplomacia presidencialista de UNASUR fue como un relámpago. Al igual que en la crisis de Pando y la polémica por la instalación de bases militares norteamericanas en Colombia, contó con el esfuerzo de los presidentes suramericanos para legitimar a la UNASUR como ámbito de seguridad regional. Compensando, también podríamos decir, la ausencia de una institucionalidad regional en la materia: el Consejo de Defensa Sudamericano no está listo aún para ejercer una función coordinadora. Falta un lenguaje común, toda vez que las doctrinas de seguridad de algunos países que la integran son incompatibles. Lo que quedó demostrado también por la reciente mini-crisis colombo-venezolana.
Podemos decir, en suma, que el significado político de esta mediación de UNASUR fue diferente. Más que superposición de actuaciones, lo que hubo fue un desplazamiento de la OEA por parte del organismo sudamericano. El andamiaje interamericano de seguridad invocado por Colombia quedó desautorizado tras su rechazo de parte de Venezuela, habida cuenta de la aceptación del presidente Santos del rol mediador de UNASUR, del involucramiento activo de los presidentes de la región.
La UNASUR, a fuerza de ejercicio, comienza a activarse. Los doce presidentes participan de la misma, si bien las legislaturas nacionales están en proceso de ratificarla. Es cierto que el grado de legitimidad que los países suramericanos le atribuyen aún no es uniforme: para los países del Pacífico que mantienen alianzas comerciales con Washington, UNASUR es otra iniciativa más de integración, cooperación y multilateralismo en la región, entre otras ya existentes, mientras que para los del MERCOSUR ampliado, se trata del marco político principal, a pesar de ser incipiente. ¿Acaso esta mini-crisis marca un hito que acelera el ritmo de la sudamericanización? El interrogante está abierto. No es la primera vez que el libreto interamericano de seguridad prueba su irrelevancia. Pero si UNASUR pretende reemplazarlo, deberá construir su propia institucionalidad. Esto, como puso de manifiesto la mini-crisis, no será fácil.
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